Laura Padula tiene 51 años. A los 35 sufrió un cáncer de mama que la hizo temer por el futuro de sus hijos sin ella. Pero fue Santiago el que tuvo que despedir por un accidente doméstico cuando apenas tenía ocho años. Cómo dejaron atrás los pensamientos más ominosos junto a su esposo y el regalo que la vida le tenía reservado
“El que se va primero espera al otro”. Eso le dijo Laura Padula a su hijo Santiago cuando pensó que podía morir de cáncer de mama. Hoy, el que espera a su mamá es Santiago, que murió a los ocho años en un terrible accidente doméstico.
Laura Padula es una resiliente. Su historia duele, pero a la vez tiene el poder de iluminar la vida de quienes creen que todo está perdido. Nació en Ramos Mejía hace 51 años. Sus padres, Néstor y Cristina, eran fotógrafos de eventos sociales. Tenían una pequeña empresa llamada Cosmos. Sus dos hermanos, al principio, se dedicaron a lo mismo. Ella, en cambio, fue “la oveja negra de la familia”, como cuenta.
”Hubo un hecho importantísimo en mi adolescencia: a los 15 años conocí a mi esposo, Rodrigo. Fue muy gracioso. Un señor mayor abrió un almacén en la esquina de casa. Para las fiestas un sobrino llegó para ayudarlo. Fui con una amiga y le comenté ‘me encanta ese chico de ojos verdes’. Lo cómico es que Rodrigo no tiene ojos verdes. Pero empezamos a hablar y nos pusimos de novios. La anécdota es que el almacén duró tres meses y nosotros seguimos juntos”.
Sucedió algo más, que liberó a Laura de su idea de los compromisos familiares: “Al conocerlo y ver cómo funcionaban otras familias, me di cuenta de que podía optar por estudiar. Yo tenía claro que quería ir a la universidad y trabajar. Pero en mi casa eso no era una opción. Al conocerlo se me abrió la cabeza y pude empezar Arquitectura, un camino de decisión y de formación”. Hoy, además de arquitecta, es dueña de una inmobiliaria.
Laura y Rodrigo estuvieron nueve años de novios. Se casaron a los 24 años, el 8 de marzo de 1997. “No suele ocurrir esto de enamorarse a los 15 años y saber que esa persona va a ser el padre de tus hijos. Nosotros funcionamos desde el amor. Todo fue siempre muy armonioso. ¡Y mirá que nos pasó de todo!”.
Cuando cumplieron seis años de casados decidieron tener hijos. El 14 de septiembre de 2002 nació Santiago, a quien apodaron “Tato”. “Fue fantástico. Un hijo hermoso. El sábado pasado debería haber cumplido 22 años. La idea de familia se forjaba, todo se encaminaba bellamente”.Cuatro años más tarde, en mayo de 2006, nació su segundo hijo, Joaquín. “La idea de ser cuatro nos completó como familia. Era una misión cumplida”, subraya Laura. Sin embargo, el destino le guardaba la primera zancadilla.
El enemigo silencioso
Cuando Joaquín tenía dos años, a Laura le diagnosticaron cáncer de mama. Para ella fue un impacto. “Nadie espera tener ese diagnóstico a los 35 años. Mi vieja había tenido cáncer, entonces a la médica le pareció oportuno hacer un control. Y en el estudio me lo detectaron”, recuerda.
Rápidamente, le practicaron una mastectomía. En el lapso de seis meses, comenzó con quimioterapia. “Fue la primera vez que en la familia se habló del tema de la muerte. Para mí no es un dato menor, Joaco era muy chiquito, pero pude hablarlo con Santi, que tenía cinco años en el momento del diagnóstico. Hubo conversaciones muy hermosas. No quería decirle ‘mamá se muere’, entonces se me ocurrió decírselo de un modo tierno, como hacemos las mamás con los hijos, cuidándolos. Le dije ‘el primero que se va espera al otro’. Y es una frase muy importante en nuestras vidas, por todo lo que ocurrió después”.
Durante el tratamiento, Laura puso lo mejor de sí. “Soy una persona con mucho humor, muy graciosa. Y mis hijos igual. Santi me decía ‘hola mi cancherita’. Y como usaba peluca, cuando venían sus amigos me pedía: ‘mamá, sacate el pelo falso y mostralés cómo tenés’. Y le respondía ‘no hijo, que después van a soñar’. Todo era muy natural. A mí me gusta ser concreta: cuando tuve cáncer la palabra fue cáncer. El tratamiento era quimioterapia. Les dije que se me iba a caer el pelo e iba a estar frágil. Tampoco hoy me gusta pensar que Santi me mira desde una estrellita…”.
El tratamiento duró seis meses. Luego de ese período, Laura estaba “operativa”, como señala. “De todas formas, entendí que faltaban las operaciones de reconstrucción, que eran parte de mi belleza, del crecimiento del pelo, empezar a verme más linda. Puedo decir que mi cáncer duró seis meses”.
Luego de superar la enfermedad, Laura era una mujer que se comía la vida. “Me sentía todopoderosa. Que lo peor ya me había pasado”. Otra vez estaba en el centro de una familia fuerte, la que siempre había soñado. “Mis hijos vieron cómo con semejante dolor físico se podía continuar. Rodri siempre me acompañó. Tuvimos las conversaciones más tremendas que te puedas imaginar. Yo nunca había entrado a un quirófano, excepto para una cesárea. El día que entré le dije ‘Rodri, sos joven, enamorate de una buena mujer, que sea hermosa mamá para nuestros hijos. Tenés mi ok’. Él me abrazó y me dijo ‘Laura, estoy con vos’. A mí nunca me gustó la frase ‘todo va a estar bien’. Con que me acompañen en lo que venga, es suficiente. Y Rodri me demostró el tamaño de hombre que tengo a mi lado. Yo sabía que estaba destrozado, pero fue un pilar”.
Al volver a la vida, Laura priorizó la relación con su familia por sobre lo laboral. “Habíamos logrado pasar lo peor, era todo felicidad”.
Hoy no recuerda todo el proceso de su cáncer como algo traumático. Quizás por todo lo que debió atravesar después.
El accidente
El 7 de agosto de 2011, Santiago tenía 8 años. Era fin de semana y Esteban, su padrino, el mejor amigo de la familia, los invitó a cenar a su departamento de Ciudad Jardín. Esteban no tenía hijos y ese era su nuevo hogar. Ni Laura ni Rodrigo lo conocían. “Comimos, nos reímos, charlamos. Pusimos a Sabina en la tele. Bailé con Santi, bailé con Joaco. Cuando fue la hora de pegar la vuelta, Tato me dijo que se quería quedar a dormir. Le dije que tenía un cumple al otro día, que no le había llevado el cepillo de dientes. Lo miré a Rodri y me hizo un gesto como ‘qué rompebolas’. Y dejé que se quedara. Esteban también me pidió ‘dejalo al Chino’, por Joaquín. Pero estaba dormido y le dije que no”.
Cuando se iban, Santiago le gritó desde la puerta: “¡Ma, ¿me das otro beso?!”. Laura volvió y le estampó un beso en la mejilla. “Guau, qué despedida —recuerda hoy—. Fue como besar una nube”.
A la mañana siguiente, Laura llamó a Esteban. Habían quedado en ir a un asado en el club SITAS. No le respondía. Se alarmó. “No era una situación normal. Rodri me dijo ‘se debe haber quedado sin batería’ y le pedí ir al departamento”. Fueron, tocaron timbre, y nada… “‘Seguro que no tenían leche y fueron a desayunar a un bar, o capaz ya se fueron al club’, me tranquilizó Rodri”. Pasaron por los lugares donde podían estar, y ni noticias. Llegaron al club, donde estaban sus amigos, Viviana y Luciano. Pero nadie había visto a Esteban ni a Santiago. Se puso muy nerviosa. Llamó a la madre de Esteban, que tenía llaves del departamento, pero no la atendió. “Ahí le dije a Rodri si no habría pasado algo con las estufas. Él cambió de tono y me dijo que iba para allá. Me quedé con el Chino y Vivi, y Lu acompañó a Rodrigo”.
Se quedó con el teléfono en la mano. A los pocos minutos, Rodrigo la llamó. “Atendí y me dijo: ‘Los dos están muertos’”.
Laura entró en shock. Comenzó a correr hacia la entrada del club, donde Luciano la pasaría a buscar. “Le grité a Vivi que no viniera, que me cuidara al Chino y me fui”.
Mientras iba al departamento de Esteban, para ver lo que jamás hubiera querido ver, Laura golpeaba el auto. Cuando arribaron había policías y mucha gente. Vio a Rodrigo en el suelo, llorando en un ataque de nervios. La policía no la dejó entrar. “Entonces me trepé al techo del patrullero y empecé a saltar. Alguien me agarró del pantalón y me dijo ‘baje, va a entrar’. Lo hice con Rodri. Encontramos a mi amigo y a mi hijo abrazados, tirados en la bañera. Los policías me contaron que fue una pérdida de monóxido, que Santi se había intoxicado primero y vomitó. Y Esteban, que dormía, lo escuchó y lo llevó al baño para mojarlo y animarlo. Y ahí cayó él también, intoxicado…”
Lo que ocurrió dentro de Laura, el desastre que sucedió en su interior, es intransferible, excepto para quien haya vivido el espanto de perder a un hijo: “Se me derrumbó la vida. Yo tenía un hijo sano y feliz. Y de pronto no lo tenía más. Sentí que no había más familia. No tenía idea de cómo mierda continuar. Y después fue el dolor de no poder despedirme, de no poder correr a un médico. Hubiera hecho cualquier cosa por Santi, y no tuve ni esa posibilidad”.
Luego, lo siguiente que recuerda Laura, es que su casa se llenó de gente. Ella sólo pensó en Joaquín, y en cómo le daría la noticia. “Supe que sería un antes y un después en su vida. Nos juntamos con Rodri y le hablamos: ‘Santi se murió y no lo vamos a ver más’. Nos abrazamos y no supimos qué hacer”.
Entonces, Laura y Rodrigo tocaron fondo. Ese lugar oscuro y horrible donde sólo quedan dos opciones: permanecer ahí o tomar impulso para salir.”Estábamos en el garaje de casa y le dije a Ro: ‘Nos vamos a matar los tres. Es así, no hay vuelta. Vamos a ver cómo, pero lo vamos a hacer’. Él me miró y sin decir palabras sentí que coincidía conmigo en que la muerte de Santi era insoportable. Y en esa microescena que te cuento, apareció el Chino caminando en cuatro patas. Me di cuenta que aunque mi casa estaba llena de gente, nadie le estaba dando bola y ahí me iluminé: ‘Le estoy cagando la vida’. ¿Cómo podía decidir por la vida de él? Y así, en un segundo, hicimos un pacto: ‘Vamos con todo por la felicidad del Chino’. Y lo que en un primer momento fue eso, me di cuenta que era el instinto de supervivencia que tenemos y nos permite continuar y, de algún modo, avanzar”.
Los tres comenzaron, por separado, a hacer terapia. Encontraron que morir en vida por la pérdida de Santiago sería olvidar que tenían otro hijo por quien luchar. “Nuestro foco estuvo en que Joaco no fuera la sombra de su hermano muerto. La decisión fue tener un hijo feliz. En casa se lloró y se llora cada vez que hay que hacerlo. Y nos reímos también. Entendimos que ser felices no es para cualquiera”.
La nueva vida
Cuando Laura cumplió 40 años, sintió unas ganas fuertes de volver a ser mamá. “No me hallaba con un solo hijo. Yo hablaba en plural de ellos. Pero tenía uno. Así que fui a mi oncólogo, como cada seis meses, y le dije ‘no me hagas las recetas porque voy a abandonar el tratamiento porque quiero ser mamá de nuevo’. Me habló de estadísticas, del riesgo, que no me lo aconsejaba. Desde mi lado le expliqué que en mi vida las estadísticas no corrían. Que no conocía a nadie que hubiera tenido cáncer y que se le había muerto un hijo”.
Laura entendió que el riesgo era volver a tener cáncer. Morir en lugar de generar una nueva vida. Y dejar a su esposo y su hijo solos. Más solos. “Cuando salí de esa consulta charlé con Rodrigo sobre ser papás de nuevo. Le dije ‘vamos con todo, aunque haya riesgos’. Y me respondió ‘te sigo a donde vayas’. Volví al oncólogo y me dio seis meses para intentarlo”.
Con Rodrigo fueron a un centro de fertilidad, que Laura rebautizó como “Centro de Felicidad”, y hablaron con el director. Por las circunstancias que rodeaban su vida, lo que en otras pacientes tardan dos años, a ella se lo hicieron en seis meses. Al final, fueron dos años de intentarlo. Pero nada sucedió.
No tuve éxito. Todo fue súper invasivo. Mi oncólogo me pedía que volviera. Y mi médico de fertilidad me dijo que la única opción era la ovodonación, que alguien me donara óvulos y se armara el embrión con Rodri. Logramos tres embriones. Era diciembre y mi médico, por mi fecha de ovulación, debía cerrar el quirófano por un protocolo de desinfección. Quedamos en que al regresar de las vacaciones, en marzo, me los implantaba”.
Laura, Rodrigo y Joaquín se fueron a Bariloche. Durante el viaje, su hijo le lanzó: “¿Mamá, vos tenés un bebé en la panza, no?”. Llegaron y cuatro días más tarde, Laura fue a una farmacia. Compró un test de embarazo. Y el resultado fue positivo. Había quedado embarazada de forma natural, sin necesidad de los embriones. Llamó al médico y viajó urgente para hacerse una ecografía. “Yo estaba convencida de que todo saldría mal. Pensé que me iba a morir. Y a todo esto, ya tenía 42 años, una quimio y la tristeza…”.
Nada de eso lo impidió. La nueva vida amaneció luego de 9 meses. Y el amor fue más fuerte que el temor. “Me costó amarlo en la panza. Me di cuenta, después, de por qué no quedaba embarazada. Y era por miedo de volver a amar a un hijo y que se muera. Tan simple como eso. Cuando alguien donó los óvulos, mi cuerpo se relajó. Y lo logré. Me hicieron todos los estudios que te imagines. Costó confiar en la vida de nuevo. Y decidimos contarle al Chino que tendría un hermano”.
El 9 de octubre de 2014 nació Manuel. “Fue un parto bello”, cuenta Laura.
La señales
Hoy son cuatro: Rodrigo, Laura, Joaquín y Manuel. “Renovamos el amor a nuestro hijo y a nuestra familia. Y ahora a la vida me la morfo, me la vivo entera. Soy re plena, muy feliz. Sé que es extraño que alguien a quien se le muere un hijo diga que es feliz, pero no lo puedo ocultar”.
Sin embargo, Santiago no desapareció de la vida de Laura. Está, y muy presente. “Cuando vos tenés un hijo, no sabés lo que puede ocurrir. Lo importante es que nació y tuvimos la oportunidad de conocernos y vivir juntos. ¿Cuánto? El tiempo que tenía que ser. Aprendí que la vida es hoy y no es una frase. Lo más importante que te puede pasar en la vida es amar sin importar. Puedo bancarme que mi hijo no esté al lado mío porque lo amo. Creo en un amor libre y enorme. Santi está haciendo de las suyas. No sé bien dónde, porque también creo que la muerte es un paso. Lo que sí te puedo decir es que me da señales.”.
Hoy, en Instagram, Laura revive a Santiago a través de la cuenta @amaramares.oficial. La imagen principal es la torre Eiffel. Y esa es una de las señales de las que habla: “Nunca entendimos por qué era un apasionado de París. Nosotros nunca viajamos, Europa era un imposible. Pero Santi reconocía lugares como los canales de Venecia o la torre Eiffel. En su cuarto tenía un planisferio donde recortábamos monumentos y él los pegaba. Cada vez que hablábamos de vacaciones, decía ‘a París’. Y nosotros era ‘no, hijo, a Miramar’. Cuando Santi murió, esta pasión era tan evidente que la gente comenzó a regalarme torres. Alguien, nunca supe quién, hasta hizo un montaje con una foto suya en la torre Eiffel y me la envió. Fue una bomba. Nunca supe que tanta gente me quería”.
Pero la primera señal fue apenas dos meses después de la muerte de Santiago. Y el primer Día de la Madre sin él. “Vino mi familia y la de Rodri a comer. Era una tristeza total. Como una pata de elefante pisándonos el pecho. A las cuatro o cinco de la tarde, Joaco nos pide ‘¿vamos a andar en bici’?. Fuimos. Él en la bici y atrás nosotros dos como almas en pena por las calles de Haedo. De repente pisó algo. Rodri se acercó, lo agarró y era una torre Eiffel chiquita. Y ahí me cayó la ficha de las señales…”. En 2023, los cuatro viajaron a París. Y cumplieron el sueño de Santiago.
El 14 de septiembre —cuatro días atrás—, Santiago hubiera celebrado sus 22 años. Laura nunca más volvió a festejar ese día. Hasta el último sábado, cuando Manuel tomó la comunión. “Las señales sólo son señales para quien las siente como tales. Todo puede tener una lógica: esa Torre Eiffel que encontramos se le cayó a una señora. Pero yo sentí que me cayó a mí. Y que la comunión de Manu sea el mismo día del cumpleaños de Tato significa mucho para nosotros. ¿Qué pienso yo? Que Tato quiere que festejemos. Y que está contento con cómo llevamos nuestra vida”.
La conclusión de la psicóloga Valeria Schwalb
La vida sin duda puede presentarnos dificultades. Sabemos que todos las atravesaremos en mayor o menor medida. No podemos decidir qué es lo que nos ocurrirá, pero sí podemos elegir cómo transitarlo. El cómo iremos a vivirlo es subjetivo y personal.
El modo en el que nos paramos ante cada circunstancia modifica ampliamente cómo esta impactará en nuestras vidas. Laura es una mujer con un enorme sentido del humor, con una inmensa capacidad creativa y un amor inconmensurable.
Estas son características que despliegan las personas resilientes. Seres que son capaces de salir adelante de situaciones adversas fortalecidos y con mucho para poder ofrecer a los demás.
Laura pudo seguir adelante en su vida, trabajar sus duelos, sumergirse en cada proceso. Hoy es una esposa enamorada, una mujer emprendedora, alegre y resiliente. Transmite su experiencia para ayudar a otros. Es un ejemplo de lucha y motivación.
¿Cómo se sigue viviendo luego de pasar situaciones que nunca pensamos llegar a vivir?¿Cómo no perder los sueños y las metas a pesar de las piedras en el camino? ¿Cómo volver a vivir, sonreír y agradecer todo lo que sí es posible aún cuando los golpes fueron tan grandes?
Es tanto lo que puede aprenderse de quienes sufrieron como ella, porque al mismo tiempo que nos acercamos a historias de dolor, nos enriquecen con herramientas para poder inspirarnos a desplegar nuevos recursos frente a aquellas situaciones para las que poco se nos enseña en esta vida.
Una experiencia dolorosa también puede ser un motor para el desarrollo espiritual y el crecimiento personal.
Las historias resilientes aportan luz para que uno pueda identificarse y entender que de todo podemos salir adelante si aprendemos a amarnos y a amar con el alma, si dejamos de luchar con el cruel camino de los por qué, si comprendemos que el amor no tiene muerte y que el deseo de vivir puede ser más fuerte que cualquier temor.